Transformación del hombre en máquina, una aproximación filosófica

Conrado de Jesús Giraldo Zuluaga

Doctor en Filosofía de la Universidad Pontificia Bolivariana

Profesor – Investigador Universidad Pontificia Bolivariana, Colombia

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Víctor Hugo Gómez Yepes

Doctor en Filosofía de la Universidad Pontificia Bolivariana

Profesor – Investigador Universidad Pontificia Bolivariana, Colombia

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Felipe Jaramillo Vélez

Magíster en Comunicación y Educación de la Universidad Autónoma de Barcelona

Doctorando en Filosofía, Universidad Pontificia Bolivariana

Vicerrector de Extensión. Universidad de Medellín, Colombia

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Resumen

El presente texto retoma una discusión filosófica fundamental acerca de la incidencia de la técnica en el devenir de la humanidad. Resulta prioritario retomar esta discusión en momentos en los que la reflexión ya no versa sobre la especulación de lo que puede llegar a suceder con el ser humano, sino que se centra en objetividades acerca de lo que ya está sucediendo con él. Para ello se problematiza acerca del advenimiento del transhumanismo y, con él, sobre el ascenso de la técnica sin reflexión y la transformación del hombre en máquina. Estas cuestiones permiten pensar en la posible llegada a un punto de no retorno, es decir, uno en el cual el hombre biológico desaparece para darle paso a un hombre tecnológico, con nuevas prerrogativas, con nuevas arrogancias, con la posibilidad, incluso, del acceso a una “vida eterna”.

Palabras clave

Humanismo, transhumanismo, técnica, mejoramiento humano, singularidad

1. Introducción

El hombre, sin una reflexión previa de la técnica de máquinas (1994a)[1], se ha hecho al camino del que será su nuevo estadio en el proceso evolutivo: el hombre-máquina o, simplemente, la máquina inteligente, fruto de una intervención corporal no solo de objetos mecánicos ―lo cual ha urdido el ser humano desde sus orígenes con prótesis que remplazan o potencian la actividad humana― sino también de objetos inteligentes capaces de contener memoria, autonomía y poder de acción. Estos objetos aparecen desvinculados de forma parcial o total de la voluntad humana y ponen en riesgo la existencia del hombre biológico al dar paso a la existencia del hombre tecnológico.

 En la primera parte del presente escrito, y luego de dejar atrás discusiones dadas sobre la génesis de lo que la técnica es y representa en la Antigüedad, se señalan las incidencias del ascenso de la técnica sin la reflexión suficiente, con base en los postulados que Heidegger formuló en sus textos La pregunta por la técnica (1994a) y Serenidad (1994b), en los que plantea, en primera instancia, la necesidad de la reflexión como camino fundamental para la construcción del pensamiento humano como determinante vital de sí mismo. Luego, se dará paso a la reflexión sobre la técnica de máquinas, a la que Heidegger endilga el real peligro, y a la que separa de la técnica artesanal, en tanto su accionar descansa en las ciencias exactas modernas (1994a).

            Asimismo, en esta primera parte del artículo se retoman las observaciones acerca de la ciencia presentadas por Ortega y Gasset en su texto Meditación de la técnica y otros ensayos sobre ciencia y filosofía, en el cual el autor es concluyente sobre la vitalidad de la técnica al expresar que “No hay hombre sin técnica, sin la técnica el hombre no existiría, ni habría existido nunca, así, ni más ni menos” (1982, p. 13) pero advirtiendo que la técnica tiene el riesgo de alejar al hombre del contacto con la naturaleza. Con ello anticipa los pasos que daría el hombre al pasar de una técnica que le sirve para solucionar sus necesidades primarias a una técnica que crea nuevas necesidades en el hombre, unas que, incluso, lo pueden llegar a superar.

Estos autores son referentes de asuntos enmarcados en su momento y contexto como advertencia de lo que podría llegar a suceder con el ascenso desmedido de la técnica, la cual, como lo habían puesto en evidencia, ha degenerado en nuestros días en una técnica de máquinas que condiciona al hombre desde su naturaleza al llevarlo a un estadio pretendidamente “superior”, cosecha de una evolución antinatural.

Fruto de estas reflexiones, una segunda parte del texto se dedica al transhumanismo, corriente científica y filosófica que se abre camino en la búsqueda de un hombre-nuevo. El transhumanismo es un proyecto del orden científico y filosófico que busca mejorar la condición humana y potencia el cuerpo y el cerebro con avances tecnológicos capaces de almacenar y cruzar grandes cantidades de información mediante un exoesqueleto capaz de vencer las enfermedades y con ello, la muerte. En esta categoría, las limitaciones impuestas al hombre biológico desaparecen al contar ahora con dispositivos “compatibles” con el cuerpo humano que lo hacen más sabio, rápido y efectivo en sus tareas diarias. Para ello, se hará referencia, primero, al tema de la singularidad abordada desde la teoría de Kurzweil (2007, 2012) y, posteriormente, se abordan algunas reflexiones sobre el transhumanismo mediante la exposición del estado del arte del concepto y tendencia, a la vez de señalar críticas sobre los postulados que esta corriente defiende. Lo anterior se fundamenta en textos de Diéguez (2017), Parselis (2018), Pouliquen (2018) y Quintanilla et ál.  (2017).

Las perspectivas abordadas se aproximan al transhumanismo desde preguntas que tratan de develar el futuro que afronta la humanidad si toma el camino de la transformación del hombre en máquina, lo cual le posibilitará “avances” significativos al poder acceder a una “vida” eterna, romper con ello las cadenas que aprisionan al hombre, acabar con las relaciones filiales y la comunidad y prescindir incluso ―ante su obsolescencia― de cualquier dogma, creencia o espiritualidad.

 Heidegger propuso el término técnica de máquinas, o técnica moderna para hacer una distinción frente a. la técnica “anterior” o técnica artesanal, ya que esta descansa sobre ciencias exactas modernas.

2. Desarrollo

Sobre la reflexión y la técnica de máquinas

El hombre actual se encuentra abocado a un momento en el que debe tomar decisiones vitales sobre su futuro, pero ¿se pueden tomar decisiones sin una previa reflexión? ¿tendrán “todos” claro el porqué y el para qué se está motivando una evolución más del hombre que lo lleve del Homo sapiens al Homo tecnologicus? ¿está la humanidad atenta a lo que sucederá, al triunfo del hombre biológico capaz de conservar el control de sí mismo y de su entorno o, por el contrario, al advenimiento de la máquina inteligente como nueva determinadora del devenir humano y de la vida? La raza humana está expectante del camino que tomará o que tomarán unos pocos por ella, el cual podrá estar cargado de esperanza ante la presencia de una reflexión meditativa de los pasos que se dan, o ante la duda y la sospecha de un pensar calculador (Heidegger, 1994a) que no se detiene a establecer riesgos y a poner límites.

 Heidegger invita al hombre moderno a detenerse de manera contemplativa sobre la ausencia del pensamiento como causa de su deshumanización y afirma: “La creciente falta de pensamiento reside, por ello, en un proceso que corroe el más íntimo meollo del hombre actual. El hombre actual está en fuga del pensar” (1994a, p. 23).

El proceso reflexivo es un camino que requiere voluntad y arrojo para aceptar la realidad encontrada como fruto de la reflexión, hallazgo con el cual el hombre adquiere la capacidad de desprenderse de aquellas creencias arraigadas cuya reconsideración podría ayudarle a tomar nuevas decisiones basadas en las perspectivas que se han abierto como fruto de su reflexión. Este nuevo punto de vista podría distanciarlo de sus propias posturas y, más aún, conducirlo a un eventual rompimiento con su comunidad. El proceso reflexivo, a su vez, es un camino que necesita sabiduría y humildad. La sabiduría para dar paso al conocimiento cooperativo mediado por la razón y la humildad para limitar el ego y las prerrogativas personales en pro del bien común.

¿Acaso será necesario recabar sobre lo que puede llegar a hacer el hombre como cuestionamiento fundamental? ¿No está ya demostrado que el hombre tiene los medios suficientes y la inteligencia para hacer cualquier cosa, incluso lo impensado para muchos?

 En este sentido, con la genética moderna el hombre se hizo capaz de entender su cuerpo, al punto de poder modificarlo a su antojo como si se tratase de un objeto que se personaliza, incluso desde el embrión; ha logrado clonaciones exitosas de seres vivos y ha avanzado en criogénesis, con la que se acerca ya al mantenimiento de la vida más allá de la muerte (Velásquez, 2009). Con los avances de la ingeniería biomédica el hombre ha generado exoesqueletos alimentados con inteligencia artificial capaces de aprender por sí solos y con libertad de actuación a voluntad; ha conectado al mundo a través de redes de comunicación de alta velocidad; ha creado alimentos transgénicos en laboratorios, con los que se podría acabar el hambre en el mundo, además de curas contra casi todas las enfermedades, lo cual reduce a una mínima expresión la posibilidad de muertes masivas por pandemias (Harari, 2016). Lo que antes se catalogaba como ciencia ficción ya no lo es; ahora es posible lo que antes era imposible.

  Ante la posibilidad que brinda al hombre la técnica de “hacerlo todo” ¿no será necesario preguntarnos ahora, ya no por lo que es capaz de hacer el hombre, sino más bien por aquello que debe hacer el hombre pensando en él no como un objeto de desarrollo sin límites, sino como un sujeto capaz de armonizar sus relaciones con los demás y con su entorno en busca del bien común que lo acerque al disfrute pleno de la vida y a la felicidad?

Desde sus comienzos, el hombre ha sido uno con la técnica, amén de su capacidad de transformar lo natural en herramientas funcionales capaces de brindar sustento a su vida diaria, que generan efectividad al reducir esfuerzos y maximizar la producción, con lo que se libera de los vejámenes a los que está expuesto. Sin embargo, esas técnicas se han convertido paulatinamente en cajas negras que desbordan el conocimiento y el entendimiento de quien las utiliza. El hombre, ahora, simplemente se limita a su operación, a recibir resultados tras seguir instrucciones, las cuales no necesariamente entiende y comprende, pero con las que obtiene lo solicitado a la máquina.

Según el Diccionario de la Real Academia Española, el objeto técnico artesanal[1] que se conoce como machete es un arma blanca, más corta que la espada, ancha, pesada y de un solo filo. Un cuchillo grande que sirve para desmontar, cortar la caña de azúcar y otros usos, un fierro afilado o romo con el cual el hombre puede cortar a su antojo toda suerte de objetos, una herramienta expuesta que descansa mientras el hombre descansa; resulta ser, en últimas, esa máquina carente de autonomía, pues su puesto está solo en solicitar de lo susceptible de ser solicitado (Heidegger, 1994a); es un objeto sin memoria, autonomía ni poder; una herramienta dependiente de la voluntad del hombre que, a su antojo, puede crear, transformar o destruir; es contrario a la máquina inteligente, la cual ya no descansa cuando el hombre lo hace, en tanto es capaz de auto actualizarse y realizar operaciones a voluntad, incluso, sin que el hombre las solicite.

 La capacidad que tiene la máquina de cruzar datos y generalizar acciones a velocidades imposibles para el hombre pone a este último en desventaja frente al nuevo “razonar” mecánico y ocasiona una paulatina pérdida de la autonomía, al no distinguir el conocimiento que se procesa, ni cómo se procesa, tan solo se obtiene la respuesta suministrada, la cual no tiene en cuenta cultura o tradición, solo un único orden que no reconoce escalas diferenciales.

Es claro que la falta de reflexión y la imposibilidad de traer a flote lo que está oculto ha cambiado el orden de prioridades del hombre. De la búsqueda incansable de la supervivencia y de un buen morir se pasó a una necesidad progresiva de aniquilar al “imperfecto” hombre biológico, acabar con su estar y, con ello, con la perturbadora sensación de la muerte, para ser no ya un hombre sino una máquina inmortal, sin advertir las consecuencias de los actos realizados para alcanzar tal fin. Es por eso que Ortega sentencia: “La idea de progreso, funesta en todos los órdenes cuando se le empleó sin crítica, ha sido aquí también fatal” (1982, p. 36).

La urgencia del hombre por satisfacer sus necesidades vitales ha pasado a un segundo orden, se superpuso el bienestar superfluo sobre el estar; en efecto, se sacrifican la salud por la belleza, los órganos biológicos naturales por órganos mecánicos, las leyes por la libertad. Con ello se busca satisfacer nuevas necesidades que, aparentemente, son mucho más urgentes que las del simple estar ahí, lo cual deja entrever con claridad que “el hombre no tiene empeño alguno en estar en el mundo. En lo que tiene empeño es en estar bien” (Ortega, 1982, p. 34). Estas nuevas prerrogativas no reflexionadas con rigor y de manera amplia y democrática, irrumpen cada vez con más fuerza, se sobrevalora un discurso que le da paso a un nuevo génesis enmarcado por el control terrenal y el dominio sobre todas las cosas de la máquina inteligente.

[1] Parente se refiere a la técnica como “Un modo capaz de –abrir mundos– el cual se hace patente en ciertos instrumentos prehistóricos como el silex”, objeto que “Luego de ser trabajado cuidadosamente por un percutor, una piedra afilada logra resultados inaccesiibles para las manos desnudas de un Homo sapiens” (2010, p. 226).

Sobre la singularidad y el transhumanismo

El cambio es inherente al ser humano. Transformarse y transformarlo todo han sido constantes del hombre a lo largo de la historia de la humanidad. En principio, con ritmos lentos que permitían reflexionar y entender cada paso que se daba, para pasar luego a ritmos imperceptibles por la velocidad en que se presentan, de modo tal que solo permiten ver a su paso una estela y los irremediables desastres que dejan en el camino. La singularidad (2007) define este momento crítico para la humanidad en tanto “el ritmo del tiempo será tan rápido y su repercusión tan profunda que la vida humana se verá transformada de forma irreversible” (Kurzweil, 2012, p. 7). Ello da paso a discursos filosóficos profundos en los que se razona sobre la posibilidad de trascender el hombre biológico para arribar a una nueva estructura física y a volcar su conciencia a súper servidores capaces de perpetuar al hombre, lo cual conllevaría una humanidad mucho más efectiva y sin posibilidad de corrupción.

El miedo a la “pobreza”, mirada no como ausencia de lo necesario para sobrevivir sino como carencia de evolución provoca una aceleración inercial por la “necesidad” de trascender a la que Kurzweil (2012) llama ley de los rendimientos acelerados. Este movimiento vertiginoso y sin control establece como tabula rasa el paso “lógico” del hombre biológico al hombre tecnológico, capaz de emular, ya no solo movimientos físicos del cuerpo humano o la capacidad de análisis del cerebro, sino también manipular conceptos abstractos muy humanos como lo son “la riqueza, la sutileza y la profundidad del pensamiento humano” (Kurzweil, 2007, p. 159). Pero ¿cuál es el sentido de esto si a la larga lo que se está gestando es un nuevo hombre mejorado que no será en realidad un hombre sino una máquina inteligente? ¿es necesario trasladarle los sentimientos a esa nueva existencia? ¿para qué los necesitaría? Si la necesidad de la evolución está marcada por rendimientos ¿no serían los sentimientos un estorbo pues siempre terminan distrayendo?

Lo primero que la máquina diezmó en el hombre fue su capacidad física, con la rueda optimizó el movimiento y con las poleas redujo la cantidad de fuerza que debía imprimir para levantar objetos. Lo segundo fue su capacidad inteligible, con los discos duros logró almacenar gran cantidad de memoria y con los superordenadores recuperarla y analizarla en tiempo real. Y lo tercero pareciera ser abolir la necesidad de aprender pues con la existencia de memorias artificiales se puede aprender todo en segundos y compartirlo inmediatamente con otras existencias, “una ventaja fundamental de la inteligencia no biológica es que las máquinas pueden compartir sus conocimientos fácilmente” (Kurzweil, 2007, p. 160).

Contrario a los que muchos piensan y otros quieren hacer creer, el transhumanismo no es un proyecto, corriente o filosofía atribuible a una persona o a un grupo en especial. El transhumanismo es solo el resultado de un ascenso de la técnica de máquinas sin reflexión; un triunfo del ego de una parte de la humanidad que le muestra a la otra parte lo que es capaz de hacer sin importar las consecuencias ¿hay un límite transhumanista a la transgresión del límite? (Pouliquen, 2018).

¿Qué será de la vida cuando la persona humana este completamente descompuesta en piezas separadas? (Pouliquen, 2018). Los transhumanistas ―para los que el hombre pasó en un instante de ser una “máquina” perfecta a ser solo un despojo, “un cuerpo biológico, frágil y sujeto a una infinidad de fallos” (Kurzweil, 2012, p. 9)― han diseñado un modelo progresivo de “evolución” de la naturaleza del hombre, precedida por un avanzado desarrollo de la tecnología y un conocimiento profundo del cuerpo humano que les ha permitido reducirlo a una cantidad finita de órganos capaces de bombear fluidos constantemente y sin falla, a un cerebro que funciona como un contenedor de datos y de decisiones lógicas programadas. A través de este modelo se puede dar “vida” a un “hombre” nuevo, mejorado, una máquina inteligente inmortal que, al no enfermarse o sufrir desgastes de vitalidad, no muere.

¿La técnica es para el transhumanismo un fin o un simple medio? ¿hoy en día no se ha convertido en una finalidad? (Pouliquen, 2018). Tras haber logrado recrear al hombre a través de una máquina inteligente, el transhumanismo tiene como nueva frontera la inmortalidad. Remplazar el cerebro biológico por uno tecnológico pareciera ser la promesa de la vida eterna para el hombre. Pero, si se cambian los órganos físicos por prótesis plásticas o metálicas y se reemplaza el cerebro por superconductores surge la pregunta de si se está ante un hombre o un artificio a base de microchips (Pouliquen, 2018).

Jugando con fuego, el transhumanismo se ha dado a la tarea de crear un nuevo ecosistema que se asemeja más a una fábrica de maquila que a la vida misma. De comunidades amalgamadas se pasa a individualidades solitarias, de historias enriquecidas por detalles fantásticos se pasa a relatos cortos, descoloridos y pobres, reflejados no solo en el contexto escrito o verbal sino en la misma arquitectura que ya no premia el detalle elaborado sino la limpieza y lo básico de estructuras sin alma. Lo anterior no es necesariamente una evolución lógica, el sello de una época o un nuevo estilo generado espontáneamente, es más bien un plan que busca ―incluso de forma “loable” ― llevar al hombre a través del desierto en el cual ha degenerado su existencia a una nueva “tierra prometida” ¿se tiene claro el punto de llegada? ¿hay en todo este plan algo más que elucubraciones y deseos individuales de poder y gloria?

¿No es una cortina de humo entender la razón como la capacidad de instrumentalizar la materia y no de discernir el mayor bien para el hombre? (Pouliquen, 2018). Hasta aquí, el discurso transhumanista resulta en definitiva una nueva filosofía que revoluciona el pensamiento del hombre, que ya no se rige necesariamente por reglas, pues uno de los desastres que ha dejado a su paso la evolución desenfrenada es la imposibilidad de asir la tecnología a lógicas que se acoplen a la tradición y a la cultura. Lo anterior genera limbos jurídicos que dejan a la sociedad al vaivén de una nueva ley del oeste o de una arena romana en la cual no gana quien tenga más argumentos sino el que sea más fuerte, tanto física como económicamente. Dicho discurso tecnológico resulta ser difuso, incomprensible y peligroso en tanto “estamos totalmente alienados por la tecnología. Pero no lo sabemos, porque, claro, parte de la alienación consiste en no saberlo” (Quintanilla, 2018, s.p.).

Como un caballo de Troya, el transhumanismo ha penetrado ya en las fauces de la humanidad, saltó de un discurso solapado recreado como ficción en la literatura y en el cine a la realidad. Una realidad que no alcanza a ser asimilada aún por casi nadie; empata perfecto con el plan, en un momento en el que los hombres se encuentran más preocupados por atender el escenario cosmético generado por la tecnología y su entretenimiento que por propiciar una reflexión profunda necesaria para dar un paso fundamental como el que está dando la humanidad en la actualidad. Lo anterior lo reconocen incluso los transhumanistas. En palabras de Sandberg: “hay en el transhumanismo elementos de tecnología puntera y escenarios de ciencia ficción. Todo esto favorece el entretenimiento, aunque no el debate racional” (Diéguez, 2015, p. 376).

            Alejado de los reflectores de las discusiones mundiales, el transhumanismo avanza en su propuesta “humanista” del mejoramiento humano, incluso, a costa de los riesgos que esto representa y que ni siquiera esconden los transhumanistas, quienes afirman que existe la posibilidad de no poder controlar la nueva existencia o de que los cambios realizados en los hombres no sean necesariamente satisfactorios y pudiesen llevar a la desaparición misma de la raza humana en tanto que la finalidad de la máquina inteligente resulte incompatible con la de los hombres. Lo anterior se aprecia temerario y egoísta “nosotros nos hacemos a nosotros mismos y podemos llegar a ser mejores en muchos aspectos fundamentales” (Diéguez, 2015, p. 387). Apostarle al futuro y dejar al libre albedrío el presente podría llevar a la humanidad a un punto de no retorno o a lo que Bostrom (2011) llama riesgo existencial: uno en el que un resultado adverso aniquilaría la vida inteligente originaria de la Tierra o reduciría su potencial de forma permanente y drástica, uno en el que el hombre solo deambule como un ente sobre un planeta hechos pedazos.

Tratar de entender la necesidad inapelable de una “evolución” del hombre planteada por el transhumanismo es acercarse a la inconformidad del hombre con su historia y su presente. Se renuncia con ello, incluso, a tratar de solucionar los problemas actuales de la humanidad: “Una cuestión importante en la perspectiva social del transhumanismo es cuánto no debemos preocuparnos de los problemas actuales si los comparamos con las ganancias que podemos obtener en el futuro” (Minsky, 2010, p. 388). Lo anterior lleva a invertir cada vez más recursos en crear un nuevo mundo del cual solo se tiene hasta ahora un boceto vago, sin ninguna garantía de éxito.

Otras preguntas que surgen al considerar los horizontes del transhumanismo apuntan a si la transformación biológica del hombre en máquina será una transición sin sobresaltos, si la evolución del hombre a una nueva existencia permitirá al hombre la comprensión de lo que será y a la máquina de lo que el hombre era o si el proceso “evolutivo” será total, cohabitando hombres y máquinas inteligentes. Las respuestas posibles tan solo pueden ser elucubraciones, pues como planteó Sandberg: “no hay ninguna garantía de que los sistemas superinteligentes tengan fines compatibles con los de los seres humanos; el control sobre la biología o la materia podría dar rienda suelta a nuevas y devastadoras formas” (Diéguez, 2015, p. 380). Bostrom (2011), por su parte, afirma que las grandes dificultades tecnológicas para hacer la transición al mundo poshumano podrían llegar a ser tan grandes que nunca se llegue allí.

El plan del transhumanismo pareciera no seguir ninguna hoja de ruta pues simplemente se evidencia que el desarrollo tecnológico hace fuertes y poderosas a las compañías que lo impulsan sin que el discurso “ético” sea un obstáculo “Siempre hay límites éticos, prácticos y sociales al mejoramiento, pero yo no creo que sean tan restrictivos como muchos críticos piensan” (Diéguez, 2015, p. 381) ¿Acaso no considera el ideario transhumanista que es antiético e irresponsable poner en funcionamiento aquello que aún no se comprende?

Quienes después de todo tienden a tomarse en serio el potencial de la tecnología radical del futuro, están también involucrados en los esfuerzos por encontrar modos de hacer que tales tecnologías posibles sean más seguras en función de su diseño, antes de que estén en funcionamiento (Diéguez, 2015, p. 381).

Invisibilizar los avances y los efectos que ha traído consigo la tecnología para el hombre sería desconocer la historia de la humanidad: “La rapidez del cambio tecnológico en tiempos recientes lleva naturalmente a la idea de que una innovación tecnológica continuada tendrá́ un efecto profundo en la humanidad en las próximas décadas” (Bostrom, 2011, p. 136). Sin embargo, afirmar que todos los cambios realizados han sido pensados a conciencia y reflexionados hasta la saciedad sería una necedad.

3. Conclusiones

El camino que recorre el hombre en la actualidad pende sobre una cuerda floja. Con los ojos vendados, se enfrenta a un acantilado sin más herramienta que la fe ciega en el “nuevo” mundo que está urdiendo. Poco o nada se reflexiona sobre el camino al que ―según muchos―, el hombre se encuentra abocado, en tanto los fenómenos tecnológicos que se están dando son imparables: “Este cambio hacia la inteligencia de la máquina ―progresivo, oportunista y con objetivos comerciales― no precisa un mapa de gran alcance, sino que cuenta con uno ya existente en nuestra propia evolución” (Moravec, 2007, p. 235). Resulta absurdo que en tiempos del conocimiento sin límites el hombre acepte como verdad aquello que no conoce ni reconoce.

La singularidad, entendida desde la perspectiva de Kurzweil (2007), trastoca toda la naturaleza humana al mostrar aceleraciones asimétricas que oponen la producción tecnológica y el entendimiento de estas tecnologías dentro de un contexto social. Las universidades no están preparadas para formar profesionales en áreas que aún no existen y que ya la industria demanda; las leyes quedan sin sustento ante los nuevos escenarios gestionados en las redes digitales; las empresas no están preparadas económica ni culturalmente para absorber la automatización con la misma velocidad en la que esta se introduce. Entender dicha aceleración se hace imposible desde la perspectiva humana, pues el hombre es fruto de la naturaleza y los movimientos impresos por la singularidad no responden a las reglas naturales, por lo tanto, la singularidad es una nueva distinción para una nueva existencia no natural.

¿Ir más alto, más lejos y más rápido en detrimento de la naturaleza humana tiene algún sentido? ¿truncar lo natural en aras de una existencia nueva, mejorada, sin los aprietos e imperfecciones del hombre tiene realmente futuro? ¿O será que para lograr verdaderos cambios, revolucionarios en el hombre, que lo impulsen a ascender y evolucionar como especie a un estadio superior, tan “solo se necesita comprender la naturaleza humana, no hace falta cambiarla” (Cronin, 2007, p. 91)? No es posible que la respuesta a los problemas de desigualdad, corrupción, violencia ―e, incluso, ineptitud del hombre― se solucionen tan solo con su exterminio. ¿Es que acaso no es esta la propuesta transhumanista: “evolucionar” el hombre en una máquina inteligente, “potencialmente perfecta”?

Contrario a lo que se puede llegar a creer desde la perspectiva del transhumanismo, el hombre no está preparado para la inmortalidad y todos los cambios que esta acarrea. Pensemos en el crecimiento demográfico, en la finitud de los recursos naturales, en las relaciones, las instituciones, la espiritualidad ¿Está el hombre listo para entender las nuevas estratificaciones generadas ya no entre ricos y pobres sino entre aquellos que nunca mueren y aquellos que sí? ¿acaso la inmortalidad será una prerrogativa democrática que arropará a todos por igual? O, incluso ¿se está ya preparando a la máquina inteligente para “existir” para siempre?, ¿no será más bien que la inmortalidad es una falacia al solo ser una migración de una existencia a otra, dada por una actualización permanente de hardware y software?

Ante todos estos cambios impuestos el llamado filosófico es pertinente y se presenta a tiempo. Podría ser inapropiada la discusión sobre lo útil o lo inútil que resulta ser el estudio minucioso de los conceptos y la provocación de giros, no solo de pensamiento lógico, sino de movilizaciones para la acción. Sin embargo, es vital reconocer la forma filosófica de los problemas de la época (Deleuze y Guattari, 2001), pensar los conceptos, pero motivar a los hombres para que recurran a ellos.

Lo anterior no desconoce la importancia y la necesidad de los conceptos desarrollados por los filósofos clásicos, que salen a flote una y otra vez, cada vez que se pone de frente al acto del pensamiento. Supone considerar que se impone un nuevo reto de creación de conceptos propios de un “ahora”, un momento en el que la ciencia, la tecnología y las pasiones del autodeterminismo no tienen un elemento que medie e imprima razón y lógica como forma de supervivencia humana conceptos que, a su vez, provean “herramientas” epistemológicas para la acción, que sean agentes de cambio y no solo poesía paliativa que tranquilice momentáneamente la desesperanza humana.

Grandes movimientos contraculturales han hecho entrar en razón a la humanidad: la generación del Estado de derecho corrigió un fin prematuro de la humanidad por la vía de la violencia; la reflexión sobre el peligro de la generación atómica llevó a limitar su acceso, detuvo su masificación en tanto los riesgos que suponía podrían acabar –en un momento de irracionalidad del hombre– con la humanidad y con el planeta. Si esto se ha dado ¿qué hace pensar que necesariamente no podamos dar marcha atrás y reflexionar sobre los pasos que está dando el hombre y que puedan premiar al ser humano y no a nuevas existencias que, en algún momento, puedan prescindir de él?

Aunque dentro del discurso transhumanista se asume la posibilidad de fallos irreparables para la humanidad en el paso de hombre a máquina ―los cuales pueden ser incontrolables para el hombre― la discusión se podría quedar corta si se limita a un diálogo entre iguales. Científicos con una clara obsesión podrían llegar a cegar la razón por el deseo de alcanzar una nueva “evolución” del hombre que conduzca a la humanidad a un punto de no retorno, fruto de un ascenso de la técnica sin reflexión.

Referencias

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Deleuze, G., y Guattari, F. (2001) ¿Qué es la filosofía? Barcelona: Anagrama.

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